lunes, 30 de noviembre de 2015

CORDURA



Mi locura aun te grita, ¡oh! fuente de irreal cordura. Abraza mi mente insana, acaricia mis neuronas podridas con tu haz de luz. Ilumina la oscuridad de mi lóbrego ser, espérame al final del túnel oscuro. Mis brazos extendidos te buscan, sentado en una piedra de tu bosque verde agua, solo atino a reflejar mi rostro enfermo en el arroyo que corre por mis pies desnudos. Y a través de los halos bailarines que se forman en el agua, puedo verte, puedo verte con temor a levantar la mirada y no encontrarte. Tal vez sea mejor permanecer en mi demencia teniéndote ahí, mía.

POSESION


La seda de su vestido blanco se pegaba a mi rostro pérfido. El viento soplaba entrando por la ventana que había abierto segundos antes. Mi mirada hipnótica de no vivo la privaba del movimiento de su cuerpo. Podía regodearme en ella, poseerla, disfrutarla, yacer con ella. 


Atiné a acercar mi rostro a su cuerpo posado sobre la cama que suave, como nube, contenía su cuerpo. Los tules de su vestido golpeaban suavemente mi rostro movidos por el aire nocturno, su olor era conducido por éste mismo a mi seca nariz que volvía a la vida con él. 

Jazmín y canela, como lo había imaginado, olor a niña-mujer. La pureza de su cuerpo atraía mi sentido más básico así como el hambre insaciable de la vida liquida que corría por los ríos de sus venas.

Levante con mis manos impuras la bata que cubría su núbil cuerpo, sus piernas de blanco marmoleo aparecieron a mis ojos impíos. Mis manos fueron conquistándolas hasta llegar a su pequeño tesoro de cardo y rosa. Pequeño, puro, virgen, latente de vida.
Mis instintos de hombre despertaron antes que los de depredador, la distancia entre mi boca y su sexo dormido se acortó hasta sentir el roce de sus ralos vellos púbicos en mis labios, los saboree, así como su olor límpido. Mis ojos se posaron por un momento en sus pechos que se erguían a través del blanco camisón, sus aureolas se traslucían suavemente invitando a mancillarlas, mis dedos rozaron el pezón erguido por el aire frío y mi toque desvergonzado.

La tibieza de su capullo tan cercano a mi boca y tan extraño a mi condición, llamó mi atención nuevamente, cerré los ojos y aspiré profundamente aquella total pureza. Mi lengua infecta deshonró su honor de virgen, saboree sus labios más íntimos, su sexo impoluto fue mío, del hombre que había olvidado que fui. Pero la bestia saltó dentro de mí. Los colmillos rompieron mi piel y de un tajo los hundí en su hermoso monte con nombre de diosa. 

No paré hasta hacer míos su cuerpo y su alma ….. y me perteneció eternamente.



Unos años después........INSTINTO

miércoles, 25 de noviembre de 2015

CAVILACIONES V : Esponja

Al fin terminé de cepillarme los dientes y mi madre dejó de exasperarme con sus gritos para que salga del baño.

Me desnudé entrando a la tina que previamente llené con agua tibia y mis burbujas del envase de Spiderman de mi hermano menor.

Mi cuerpo se hundió en el tibio líquido hasta la nariz. Era la gloria. Cerré los ojos para sentir la deliciosa sensación del agua tocando cada parte de mi cuerpo, cada leve movimiento hacia que ésta me acariciara formando pequeñas olas sobre mí.  La espuma cubría la superficie dando la sensación de estar en una nube, como estar en el paraíso, cosa que difícilmente yo conocería.

Me llené el pelo de espuma haciéndola correr por mi cuerpo  mientras lo limpiaba escuchando el opening de Bob  Esponja que mi hermano veía en su cuarto…”vive en una piña debajo del mar…Bob Es-pon-ja…”me puse a canturrear compulsivamente, lo mismo me sucedía con la canción de Barney, ¡maldito dinosaurio morado!

Al menos la canción de Bob me hizo recordar tallarme la piel. Tomé mi vieja esponja de baño, ya debía cambiarla, estaba deshaciéndose de tanto uso pero aun conservaba la suficiente grosura para cumplir su trabajo. La pasé concienzudamente por mi delgado cuerpo, tallé cada pliegue, depresión y relieve de él.  Froté mi rostro con ella, mi frente y los lados de mi nariz fueron los más rozados por la esponjita.

Aún conservaba el recuerdo de mi loco sueño con el cepillo eléctrico de dientes y las babas y mocos que aparecieron en él ¡qué repulsión¡ saqué la lengua asqueado por el recuerdo y me la tallé también, hundí la esponja hasta el fondo de mi boca para que limpiara toda esa sensación babosa que había recordado.  De pronto, la vieja esponja, resbalosa por el jabón, se deslizó por mi garganta, tiré de ésta para sacarla pero se rompió dejando un pedazo dentro de mí que seguía corriendo hacía mi esófago. Comencé a toser desesperado sintiendo el ahogo, también había cubierto mi tráquea. El airé ya no entraba a mis pulmones, por más que aspiraba y me agitaba no conseguía tomarlo. Salí de la tina resbalándome mil veces en el piso húmedo por la desesperación. Tosía frenético, comencé a meterme los dedos a la garganta para intentar el vómito pero solo conseguía hundirla más y deshacerla entre mis dedos. Mis uñas hirieron el interior de mi boca en los fallidos intentos, mi saliva caía por las comisuras de mis labios, sentía que me estallaba la cabeza y los ojos, mi pecho trataba de henchirse, de tomar aire de cualquier parte, agitaba los brazos y me golpeaba contra las paredes desesperado, no podía abrir el pomo de la puerta con mis manos jabonosas. No pensaba.

Sentí una sensación de quemazón en mi espalda, algo se desgarraba por dentro. Un líquido tibio llenó mi garganta, mis ojos se desorbitaban por la presión que le infringía a mi cuerpo tratando de expulsar la maldita esponja. Se me iba la vida. El miedo se apoderó de mí, el horror de morir en ese momento terminó con la poca cordura que me quedaba.

Mis manos y uñas comenzaron a desgarrar mi propia garganta en la desesperación de sacar aquel cuerpo extraño de mi interior. Jirones de piel llenaron mis uñas ensangrentadas. Mi tos era una emanación de sangre y pedazos mínimos, casi imperceptibles, de esponja que caían como hilos escarlata sobre mi cuerpo y salpicaban las paredes y objetos del baño. Tomé las pequeñas tijeras de uñas de mi madre y las clavé en mi cuello, las hundí intentando llegar a mi tráquea, me hice un corte abriendo mi piel como una nueva boca la cual vomitaba el vital liquido más rápido aún, metí los dedos por ésta tirando de mi piel, desollándome vivo sin conseguir llegar al objeto que me ahogaba. Mis pulmones reventaban en pequeñas porciones. La sangre se abría paso por mi nariz y mi boca. Era un espectáculo dantesco.

Caí en el piso, en un charco de mi propio liquido vital, mi cuerpo era una catarata de sangre y coágulos, mi cuello desollado mostraba los pedazos de piel arrancada colgando sobre mi pecho  en un vano intento, mis amoratados labios casi no se veían por el torrente sangriento que emanaba de mi interior, uniéndose a mis fosas nasales que cumplían la misma función. Abrí la boca lo más que pude preparado a que estallen mis ojos en mi última exhalación de vida, cuando mi hermanito abrió la puerta de un golpe y con una exclamación de alivio comenzó a orinar en el inodoro. Me mojé la cara para despertarme de la siesta que acababa de hacer en mi tibia tina, mientras Bob Esponja seguía cantando sobre su piña debajo del mar.



*Si desea leer sobre el suceso con el cepillo eléctrico, pase por aquí: Cavilaciones IV: Cepillo Eléctrico


*Este relato es la  primera Cavilación a pedido que me hizo mi nueva compañera de celda, la querida y recién estrenada chiflada: Soledad Gutierrez

* Plus:


lunes, 23 de noviembre de 2015

LA DISCIPLINA DEL DOLOR

“Carionte, Carionte
Ven a jugar conmigo
Te daré mis ojos claros
Y la lengua de mi amigo

Sal Carionte a jugar
A la ronda matinal
Llévanos a tu escondite
Y  te haremos un convite

Te harás ropa y un sombrero
Con nuestra piel arrancada
Y un bolso con cremallera
Arrancando cabelleras”

Cantaban los niños en el bosque de algarrobos que rodeaba la ciudad y que húmedo mostraba el rocío sobre sus hojas secas. Los rayos del sol apenas se filtraban entre los árboles como una tela traslúcida llena de chispas brillantes. Las madres les enseñaban a sus hijos esa canción, era una advertencia sobre una leyenda urbana: Carionte, la criatura que se comió al Dr. Baleonte. Pero la historia era un tanto diferente….

La cabaña del Doctor Baleonte, perdida entre los arbustos, era alumbrada por los rayos dorados del sol dándole un aire acogedor. Adentro, el doctor movía frascos y estantes, mezclaba masa y fluidos, medía, pesaba e investigaba.

Puso los lentes protectores sobre su cabeza y se limpió las manos en la sucia bata. Su cabello largo y pegoteado caía sobre los hombros rogando que uno de estos días se acordara de lavarlo.  Baleonte murmuraba para sí mismo mascullando entre sus finos labios.

Su cuerpo comenzó, de pronto, a contorsionarse de forma grotesca. Nunca pensó que los efectos llegarían tan rápido. Se quitó la bata y las ropas que usaba quedándose desnudo. Había preparado su cuerpo durante meses para lo que comenzaba ese día. Entre movimientos convulsionantes y torsiones llegó a una esquina de la cabaña de madera, se paró dándole la espalda y cruzó sus brazos sobre el pecho bajando el rostro con los ojos cerrados.

Pasaron las horas y una ligera capa blanquecina parecida a una telaraña rodeaba su cuerpo, esta sustancia se volvía más espesa a cada momento haciendo ya invisible el cuerpo del médico.

La gigantesca crisálida, en la que se había convertido,  exhalaba e inhalaba. El sol que entraba por la ventana caía sobre ella creando hermosos prismas que relucían dentro de la cabaña. La crisálida inmóvil creaba vida en silencio. Dentro de ella el dolor era indescriptible.

Huesos, músculos y nervios tomaban nuevas formas. El médico se había preparado para aguantar el dolor, su disciplina fue férrea. Soportaba estoicamente cada variación de su cuerpo. Su preparación había constado en fisurar pequeñas porciones de sus huesos  adrede, golpeaba sus piernas o brazos hasta  rajarlos para luego pasar por el doloroso trance de curarse. Este martirio voluntario duró meses, sabía que era la única forma en que ahora conseguiría la metamorfosis deseada.

La crisálida maduraba semana a semana, dentro, el ambiente era asfixiante, las paredes blancas de aquella sustancia pegajosa aprisionaban dolorosamente sus miembros torcidos, sus músculos doblados y sus nervios a flor de piel que con el más pequeño roce lo hacían gritar del dolor. Su rostro desfigurado ya no tenía piel humana y sus ojos se habían transformado en dos gigantes esferas sin párpados, su nariz ya no existía y colgaba como un gajo inservible a un lado de su cara.

Sólo debía aguantar un poco más, sus huesos ya se reacomodaban y la piel se estaba terminando de caer dando paso a esos vellos gruesos que recubrían su nuevo cuerpo de extremidades largas y delgadas.  Respiraba de alguna manera que no entendía aun, concentrado únicamente en no sentir el dolor de la transformación, era una disciplina para lo cual había dispuesto su mente. Era la disciplina del dolor como la llamaba él.

Se concentraba solo en los sonidos y olores del bosque que rodeaba la cabaña que ahora se habían vuelto mil veces más fuertes. A pesar que ya no tenía orejas ni nariz, podía percibirlos con mucho más claridad.  La metamorfosis estaba completa.


Carionte salió de la pupa que lo había cobijado durante semanas, Baleonte había desaparecido. Estiró su cuerpo delgado, sus miembros nuevos vieron la luz en sus delgadas y velludas patas. Su cuerpo se había dividido en el tórax y un gran abdomen.  Peter Parker ya no sería el único. 




El presente relato es el resultado de los aportes de mis compañeros de celda, con los cuales pasamos horas cavilando sobre la inmensidad del universo y babeando nuestras camisas de fuerza:

Nombre: "Baleonte" por Santiago Estenas Novoa
Objeto: "Crisálida" por Edgar K.Yera
Lugar: "Bosque" por RicardoZamoranoValverde
Título: "La Disciplina del Dolor" por José Carlos García

martes, 17 de noviembre de 2015

ESCLAVO DE ESCLAVOS


Mundo de gladiadores, mundo de esclavos. Cada día, en el patio de entrenamiento, los golpes, la sangre y el sudor eran sinónimos del esfuerzo hecho por cada uno de los ídolos del  pueblo.

Mi figura enjuta y frágil era una burla para ellos y por más que entrené y traté, no llegaba a ser tan grande como el más delgado luchador. Cargaba los cubos de agua y envases de escupitajos. Mantenía las pecheras y espadas brillosas así como las demás armas aceitadas y listas para el combate. Y aunque era el esclavo de los esclavos, lo que no tenia de fuerte, lo tenia de astuto.

A mediados de junio, el calor era infernal y con este llegó un demonio traciano. Daemón era su nombre, tenía fama de destrozar cráneos usando solo sus manos, de tener ojos en la nuca y ser diestro en todas las armas que los gladiadores usaban.

Mis compañeros fueron cayendo a su mano.  Avidio, mi lanista, desesperado viendo como perdía su patrimonio en cada muerte sobre la arena y pensando en ya no perder sus más valiosos gladiadores, decidió en su locura, que yo iba a luchar en el próximo combate.



Llegó el día.

La armadura me quedaba grande así como el casco que me cubría hasta la nariz.

“Los que vamos a morir te saludamos” – dijimos Daemón y yo como si fuera un chiste. El Cesar no disimulaba su sonrisa y menos la multitud que abucheaba e insultaba.

Daemón se me lanzó hecho una tromba, su solo aire pasando a mi lado me tumbó al piso. Mi oreja se salvó de ser cortada por centímetros. Corrí alrededor de la arena mientras los guardias  me lanzaban contra mi contrincante.  Esquivé la red que me tiró pero caí golpeado por su tridente. Me arrastré en el piso mientras él me seguía, golpeando con los puños la arena sin siquiera usar un arma. Llegué bajo el estrado del Cesar, donde había un par de tablones de madera y dos baldes de brea para su remodelación.

Lancé los tablones que el traciano partió como palillos con las manos, arrojé los baldes de brea que apenas tocaron su cráneo, lo único que hicieron fue bañarlo en el negro  y espeso aceite.

Me agarró entre sus brazos y comenzó a aplastar mi delgado cuerpo, del cual sentí las costillas comenzar a quebrarse, pero gracias a la brea resbalosa logré escurrirme entre ellos para poder escapar despavorido.

La muchedumbre chilló mi cobardía al tratar de huir hacia las galerías. Entré refugiándome y antes de que los guardias me volvieran a echar al ruedo, logré asir una de las antorchas que alumbraban el lugar y  la lancé con todas mis fuerzas sobre Daemón.

La brea se prendió abrazando su cuerpo el cual ardió como gigantesca tea. El gladiador gritó enfurecido corriendo desesperado sin poder apagarse mientras aproveché para lanzarle mi lanza y mi espada que cayeron en su espalda desangrándolo. Sus propias armas quedaron regadas en el suelo mientras se revolcaba en la arena hasta apagarse.

Ahora era un monstruo de piel achicharrada, le arrojé arena en los ojos y fue cayendo como  en cámara lenta. Levanté su tridente y lo clavé en el suelo hacia arriba, justo para atravesar su cuello en la caída en donde quedó insertado.


No oí a la multitud, el silencio era tal que escuchaba mi propio corazón palpitando. Un rugido se levantó en las gradas y me sentí aupado en peso por mis compañeros que me llevaron delante del Cesar que lanzó un bufido tirando todo un saco de denarios al cónsul con el cual había apostado.

lunes, 16 de noviembre de 2015

CASA

El Dr. Palacios me mira desde la ventana. Lleva, como siempre, su bata blanca y su lapicero en el bolsillito del pecho para escribir sus recetas.    

Lo miro desde mi lado de la casa mientras termino de cocinar. Lo conozco desde niña aunque mi familia no sabe mucho de él. Siempre lo he visto en ese mismo lugar, costumbres de viejo.

El no habla, solo observa lo que hacemos y no nos deja acercarnos. Lo hemos intentado pero se va rápidamente dejándonos sólo ver como vuela su bata al aire mientras se aleja. Tal vez un día sepamos más sobre él, aparte de que murió en esa habitación.

Voy al comedor de donde mi gato acaba de salir corriendo. Es de noche y la luz de la lámpara tiene el cuarto en penumbra. El vidrio de la vitrina los refleja. Pasan en fila, uno tras otro, los invitados están de luto eterno paseando su cuerpo etéreo de un lado a otro del lugar. Sólo a veces salen de ahí para cruzarse con uno por la casa. Es mejor ignorarlos para que no te miren con esas cuencas vacías y se queden a tu lado trayendo consigo el frío que con ellos cargan y hiela hasta la sangre de nosotros, los vivos.

El pasillo que une los cuartos y ambientes de la casa se me hace largo. Hay días, como hoy, en que los sonidos de pasos y golpes secos se oyen más claramente, pero es necesario pasarlo para llegar a mi dormitorio.

En cama al fin, hoy es una noche silenciosa en mi habitación. Quedo dormida con mis pensamientos y preocupaciones cotidianas.

Las 3 am, mi perro ladra como un chiflado despertando a todos en la casa, salgo a ver que pasa y lo veo correr como desaforado por toda la casa para terminar convulsionando debajo de la cama de mi hija.

La levantamos poniéndola a un lado para poder ayudarlo. Tiembla y babea hasta que se tranquiliza. La casa esta extrañamente fría y mi hija aun asustada me dice que Dexter entró corriendo seguido por una sombra negra que salió por la ventana hacia el tragaluz del edificio.  Esta debe ser desconocida pues el perro se dio un susto de muerte. Mis gatos y perro no quieren dormir y se sientan con nosotros en la sala esperando que ese frio y sensación de miedo pasen.

Me pregunto que sería tan fuerte para hacernos sentir miedo a nosotros y a los animales. Pasa el tiempo y regresamos a la cama a dormir. Una de mis gatas se sienta en la cabecera de mi cama, sobre mi cabeza, toda la noche como vigilando.

Amaneció sin novedades, sólo estamos aquel que respira y yo en mi dormitorio.
El nunca me deja, me ha acompañado en las amanecidas haciendo la tarea del colegio, durante los momentos de estudio para algún examen universitario y muchas veces en los insomnios por preocupaciones o penas. Siempre ahí, inhalando y exhalando sonoramente para que no me sintiera sola.

Cada día estoy más convencida de que debería cobrar por entrar a mi casa, aunque sea  en las noches de Halloween.




Relato presentado al Concurso de Relatos Cortos de la Comunidad Letras Malditas. Si desea ver este relato y los comentarios recibidos en el Blog de la comunidad, por favor click aquí: Letras Malditas - CASA

jueves, 12 de noviembre de 2015

CAVILACIONES IV: Cepillo Eléctrico

Me miro al espejo con los ojos hechos bolsas,  la lámpara sobre el espejo del baño refleja una luz amarillenta que me acentúa las insipientes arrugas y negrea más mis ojeras. La barba crecida de tres días me da un aire vagabundo. Más bien un ventarrón.

Siento la boca pegajosa por la saliva matutina, el olor rancio y el sabor agrio me asquean haciendo que busque rápidamente mi cepillo eléctrico mientras pienso en su suave vibrar dentro de mi boca y el sabor a menta fresca de la pasta dental.

La vibración y el saborcito ligeramente picante alivia mi asco a su toque, cierro los ojos para que mis sentidos se inunden de las sensaciones de ese momento.  La espuma se forma dentro de mi boca y cae por las comisuras de mis labios al lavabo que ya necesita una limpieza.

El cepillo comienza a vibrar más fuerte en mis manos, no puedo soltarlo, la electricidad hace que se pegue a mis dedos y que su temblor se haga salvaje.

Sin poder controlarlo, ni a mi brazo, lo jalo con el que aun tengo libre pero no logra liberarlo, el cepillo entra cada vez más en mi boca y toca mi garganta, las arcadas me hacen vomitar sobre mí mismo y la punta comienza a abrirme el paladar partiendo la carne que sangra a borbotones.

El hueso hace que el cepillo vaya hacia atrás y comience a subir por la parte blanda  hacia la nariz. Mi cabeza se echa hacia atrás en un movimiento  violento que la deja con el rostro hacia arriba  y mis gritos de dolor retumban en ella sin poder ya pensar mientas siento como ese instrumento perfora mi tabique en camino a mi cerebro.  El cartílago de mi nariz destrozado y el cepillo que se abre paso por mi rostro, hace bultos bajo la piel que me va deformando como un monstruo. Puedo verlo todo en el espejo, como mi cara se va convirtiendo en una máscara sanguinolenta y deforme.

Siento la presión de la punta del cepillo en uno de mis ojos. Vibra y penetra en él reventándolo, lo veo vaciarse, el liquido ocular mezclado con sangre corre por las deformidades de mi cara.

Mi voz es un bufido, una grotesca queja animal que se ahoga en mi garganta.

Sádicamente, sigo mirando mi inminente muerte a través del espejo salpicado de sangre y vomito. Mi ropa esta pegajosa del líquido rojo que se espesa por la saliva y la mucosidad que sale de mi nariz desgarrada y la garganta abierta. La sangre del ojo estallado ciega el otro por momentos, el dolor dobla mis piernas, mis brazos hacen su último esfuerzo de arrancar el cepillo antes que mi cerebro perforado haga que mi cuerpo tiemble en los últimos estertores de la vida.


-    "¡Diego! ¡Ya sal del baño!" – chilla mi madre justo en el momento cumbre de mi ensoñación que me servirá para el informe que debo presentar en la clase de Higiene Dental.

viernes, 6 de noviembre de 2015

LA ULTIMA CENA

El aire de Jerusalén cantaba entre las piedras aquella noche. Mi manto y mi túnica me protegían de la arena que se levantaba camino a la posada que sería testigo de la reunión pactada.

La mesa estaba llena de mis compañeros más leales. Compartiríamos el pan y las copas de tinto. Sabían que era la última cena que tendrían conmigo. Yo también lo sabía, después de ella me reuniría con mi padre, no había opción.

El lugar era austero pero confortable. Quería darles lo mejor en esta última noche juntos. Los mesoneros tenían indicación de atendernos e irse, lo que hablaríamos y pasaría ahí no era para cualquier mortal. Era algo divino, sobrenatural.

Me levanté a partir el pan y repartirlo entre ellos, todos comeríamos de la misma hogaza en un acto de unión. Ahora sus cuerpos estarían siempre conmigo como yo con ellos.

Las lámparas de aceite iluminaban la estancia y la mesa de madera con el mantel de burdo paño. Las paredes de piedra blanca cobraban vida con el movimiento de las flamas mientras llegaba la hora de llenar las copas de rojo tinto.

Hablé ante ellos como era mi costumbre, escuchaban cada palabra mía, me veían como su maestro, me admiraban, decían que tenía un aura magnética que atraía a quienes me vieran y escucharan.

Llegó la hora de la comunión perpetua. Las copas de vino se llenarían para el último brindis.
- Unan sus manos - pedí a mis compañeros que las juntaron poniendo sus manos una sobre otra.
Las tomé con las mías, posé una de mis manos sobre las de ellos y la otra debajo, uniéndolas fuertemente.

Mis dedos se alargaron y crecieron como arañas al igual que mis uñas que se clavaron en las muñecas de mis, ahora, víctimas, uniéndolas como un pincho de manos, creando una fuente de vital fluido rojo.

Todos levantaron sus miradas al unísono y clavé la mía en sus ojos. Uno por uno cayeron en el encanto de mi naturaleza bestial.

Los finos hilos carmesí bordaron el blanco mantel con las figuras más inverosímiles, diseños sin forma que derramaban vida a cada gota.


Liberé una de mis delgadas manos acercando, con ésta, las copas doradas que llené con la tibia sangre para no permitir el desperdicio ¡eso era impensable!
Solté a mis compañeros que cayeron alrededor de la mesa y algunos sobre ella. Tomé asiento en el lugar preferencial como lo suponía esta fecha especial. Bebí de cada copa, de cada uno de ellos hasta saciar mi sed. Mis venas secas volvieron a abrirse para dejar correr la vida en mi.

Acomodé mi túnica y salí de ahí en medio de la noche, tenía que cumplir el trato antes de reunirme con mi padre en el infierno. Después de todo, me habían pagado 30 monedas de plata.


lunes, 2 de noviembre de 2015

CAVILACIONES III: Soplete

El olor a chamuscado, a carne quemada, a cabello encendido, se esparcía en el pequeño cobertizo a las afueras de la ciudad.


Nunca me había imaginado que los ojos reventaran como palomitas de maíz al contacto con tan alta temperatura. 



Especialmente en un ser aún vivo que sentía como iban hinchándose sus globos oculares, como la presión iba abriendo venas y piel en su camino, caminitos sanguinolentos que se llenaban del bermejo  líquido hasta reventar en secas carnes quemadas y abiertas.



Se tocaba lo que quedaba de sus ojos con los dedos, llorando y gritando cosas ininteligibles entre lágrimas y saliva.



La flama azul con ese sonido a suave zumbido tocaba ahora la carne de sus brazos, el lugar era tan pequeño que a donde corría podía alcanzarlo con sólo tres pasos. Su cabello ardía por momentos y lo golpeaba con sus manos quemadas para apagarlo.



Por diversión, le arrancaba la ropa que quedaba pegada a su piel después de pasar mi flama azul por ella. La tela se desprendía junto con trozos de piel que le dejaba huecos sangrientos en el lugar despellejado. Su cuerpo era extraño ahora, casi sin cabello, su piel en carne viva le daba un color rosado como el de un cerdo hervido, sus ojos reventados, sus brazos negros quemados y sus pies que habían perdido los dedos por achicharramiento, le daban un aspecto asqueroso.



Tomé nuevamente mi instrumento encendiéndolo, gritaba apenas volvía a escuchar su sonido. Se agazapaba en una esquina cubriendose con los brazos suplicando, pidiendo, llorando ¿por qué no se darán cuenta que eso excita más a engendros como yo? Ya no era el tipo amenazante y abusivo.



Ya no tenia fuerza para gritar más ni para seguir viviendo. No quería que muriera sin un gran final. Me acerqué descubriendo su rostro de un golpe con la misma empuñadura y dirigí mi flama a su boca que comenzaba a hervir haciendo burbujas que estallaban hasta desaparecer los labios, la lengua se freiría pronto.....



- ¡Diego, deja ese soplete por Dios! Me pregunto que pasa por tu cabecita idiota que te quedas hipnotizado cada vez que lo agarras. ¡Ahora ve con tu madre antes que te reviente a patadas por imbécil!