viernes, 1 de enero de 2016

DELPHINE


*Favor de leer el presente relato con la melodía adjunta.

Los adoquines de la calle londinense se iluminan a cada paso que ella da. Los faroles recién encendidos brillan iluminando quedamente el camino de la muerte. La pequeña de rizos dorados se  mueve lánguida en la penumbra. Arrastra su vestido por la fría piedra que se levanta al toque del viento invernal cual alas de ángel incorpóreo. Levanta el rostro a la ligera lluvia que golpea su cara infantil. El sombrero de seda celeste apenas cubre su pálida tez y sus piececitos avanzan inclementes por la oscura y estrecha calle.

Llega al puerto que la recibe con la algarabía de las fiestas, los fuegos artificiales y artilugios traídos del lejano oriente hacen brillar sus pupilas a cada estallido en el cielo, las voces alrededor festejan sin tomarle importancia a su presencia. Qué bien se sentía poder ver el nacer una nueva era. El primer día de un nuevo siglo.

La fría brisa envolviendo las gotas de lluvia se desplaza a su lado, su piel exánime no siente el frío ni el viento, sus pies apenas tocan, ahora, el piso. Las borlas de su vestido se deslizan como alma en pena buscando una víctima para saciar sus instintos. Pequeña asesina, preciosa homicida sin alma ni escrúpulos.

Sonríe al ver a su víctima, se le acerca inocente, está perdida, pide ayuda, llora en su regazo. Siente la piel tibia abrazarla, rodearla con su calor, el latir de un corazón cabalgando y los ríos de color purpura que corren bajo la dermis que la protege.

Se abraza a su samaritana que la ayuda sin pensar, en la oscuridad del abrazo entreabre sus labios carmesís, las blancas perlas de los dientes brillan sutiles. Los pequeños colmillos relucen al clavar la mirada en los ojos horrorizados de la victima que comprende que es muy tarde.

Lanzada a su cuello como frágil flor, sus garritas se prenden de los ropajes y sus dientecitos se hincan en la carne que solo consigue desgarrarse  más a  cada movimiento de intento de huida.

Preciosa víctima, querida mia, aliméntala, nútrela, revívela, haz que sus venas se hinchen y humedezcan, que su pequeño corazón se bañe en tu vital liquido. No dejes morir a mi niña de piel de marfil que comienza a disfrutar de este mundo de oscuridad.

Entre sus pequeños brazos, la inmolada cae, su cuerpo se desliza sin vida ante su infantil mirada. Ya sin sangre, un cuerpo inerte, vacío envase de valioso contenido.

Su vestido no fue manchado, aprendió bien.  Deja caer a la adorada en el húmedo suelo de aquel lugar de celebración. Su sombrerito fue desatado por algún intento de salvación, se acomoda y limpiando sus sonrosados labios con el delicado pañuelo blanco prosigue su camino.

Alrededor de ella la gente celebra extasiada, ninguno de los latientes corazones se fijó en la muerte que llegó en zapatitos de charol, entre luces en el cielo, gritos de júbilo, licor y baile.


Se aleja con su canción infantil en los labios y el  cascabel de su cuello que susurra en la noche. Ahí va Delphine.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario