jueves, 18 de agosto de 2016

PIEL

El cuchillo entró entre la piel y el musculo rojo como un ladrillo recién horneado. De un tajo vertical abrí su espalda y rematé con otro horizontal formando una cruz sangrienta. Las gotas de sangre comenzaron a brotar de la herida, fueron uniéndose una a otra como un rosario de cuentas escarlata. Los riachuelos de sangre bermeja fueron cayendo formando sobre la piel blanca y desnuda líneas curvas y abstractas decorando la cintura, la cadera y las nalgas con diseños caprichosos que cruzaban las piernas bajando finalmente al piso donde formaron redondos charcos casi simétricos.

Inquieto porque el sedante pierda su efecto, acerco el plateado cuchillo a su rostro terso, el borde la acaricia como un amante deseoso por mejillas, nariz y boca. Introduzco la punta entre sus labios y dientes entreabriéndolos mientras el filo hace su trabajo y sus labios sangran como los de una virgen en su primera noche. Un gemido bajo me hace estremecer y el parpadeo de sus ojos libera el brillo de sus pupilas que se clavan en las mías con una mirada de terror y un grito que sale desde lo más profundo de sus entrañas.

Su cuerpo se balancea colgado de los brazos al techo del lugar mientras trata inútilmente de zafarse, me pregunto porque pierden energía haciendo eso, ¿no ven que es imposible?

Llora, llora lastimosamente suplicando, también inútilmente, sus lágrimas se unen a su saliva sonrosada por la sangre y caen sobre su pecho que agitado salta como convulsionando haciendo rebotar las gotitas transparentes y formando caminitos en sus pechos.

La punta del cuchillo se hunde entre sus senos y se abre camino hasta el ombligo que como una rosa roja abre sus pétalos que van llenándose de dulce sangre colorada.

Doy la vuelta colocándome a su espalda nuevamente. Los gritos retumban en las paredes de fierro del contenedor, el eco hace suyos mis sentidos que se llenan de él y su energía. El desgarro de sus alaridos va ingresando por mis oídos y acaricia el interior de mis ojos, mi cerebro acelera mi corazón que en un arranque de embeleso ordena a mis manos tirar. ¡Si tirar! Tirar de esa punta de piel que apenas cae despegándose del musculo. La arranco de un tirón con un grito salvaje de guerrero apache. Y mi musa grita, chilla, aúlla mientras acaricio mi rostro con ese pedazo de dermis suave, tibia y húmeda, aun palpitante.  Su espalda, como un mapa informe, se llena de gotas incalculables que forman un manantial de sangre que baña mis pies desnudos y rellena el espacio entre mis dedos.

La voz de ella es un gemido inaudible ahora, un hermoso canto al bien morir que me honra como a su dios en la tierra. Su cabeza cuelga sobre su pecho llenándolo de saliva que resbala por la comisura de sus labios partidos. Levanto su rostro mostrándole la pequeña parte de ella que acabo de hacer mía, el colgajo sanguinolento se mece frente a sus ojos inyectados.  Su corazón palpita fuerte, casi puedo oírlo y quiero sentirlo en mis manos, quiero sentir sobre los propios latidos de mis venas su sístole y diástole. Mis dedos se posan cual mariposa de la muerte en la abertura entre sus senos y arrancan al mismo tiempo ambas partes de piel ¡Sinfonía de sonido antes del silencio absoluto! Antes del devenir de la muerte. Mi cuchillo, artista escrupuloso, encuentra el camino entre las costillas, abre pulmones en una cascada de sangre y pedazos del órgano que van deslizándose como pequeñas esponjas durante el baño más cálido. Sigue hacia el sur de su cuerpo bendiciendo su vientre con su sagrado filo que en un vomito grotesco expulsa metros de intestinos que calientes caen sobre mi abdomen llenándolo de un líquido viscoso y grasiento, abrazándome como víboras desolladas enroscándose en mis piernas.

Mi musa ya no respira, se fue su alma en aquel último alarido, en aquella oración de alabanza a este servidor encargado de enviarla al Nirvana ayudando al Dios supremo a llenarlo de ángeles.

Ante mis ojos se presenta su cuerpo desollado, en musculo puro, cada pliegue con que se forma y recubre los huesos, con ese color en carne viva que me colma los ojos y el alma. Con mis propias manos abro sus costillas, el crujido es exquisito al extirparlo del cuerpo y al fin tomo el órgano gozoso del amor entre mis dedos, aun esta tibio pero ya no late, esta partido. Lo acerco a mis ojos cerrados acariciando mi piel con él, sintiendo su superficie resbalosa, húmeda, indiferente. Lo levanto presentándolo a mi Dios como prueba de un ángel más que va en camino y abriendo mi boca clavo mis dientes aserrados arrancando un pedazo de la noble pieza que se une a mi cuerpo haciéndose parte de mí.

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