jueves, 29 de septiembre de 2016

ASESINAS DE FELPA: VALENTINA

Una lágrima corrió por mi redondeada mejilla de porcelana descolorida ya por el tiempo.  Acomodaba estirando mi vestidito raído que un día fue hermoso y admirado. Los bucles de mi cabello deshechos me daban un aire fantasmal y mis ojos ya no cerraban igual. Uno se quedaba a medio camino sin pestañas que lo adornaran.


Hace mucho la esperaba, siempre mirando la entrada de la tienda donde me trajo a que me repararan, en el estante más alto descansaba junto a las telarañas y el polvo que impregnaban mi cuerpecito. Un soldadito de metal con la pierna amputada esperaba a mi lado como el pequeño oso de peluche ahora plomo por el polvo del tiempo.

Pronto sonó la campanita que colgaba en la puerta de la vieja Clínica de Muñecas, las pupilas de mis ojos de vidrio brillaron esperanzados esperando, mirando.

La pequeña niña de la mano de su padre inspeccionaba cada juguete.

“Mira hacia arriba, vamos” – rogaba sin dejar de mirarla.

Sus ojos se posaron en los míos, éramos una.

“La quiero” – balbuceó la pequeña de cabello de ébano.

“Pero hija, es vieja y rota, mírala ¿no prefieres una nueva, una Barbie?” – trataba de convencerla el padre.

“Señor yo la dejaré como nueva, vuelva mañana” - ofreció el viejo juguetero recibiendo en pago la más grande sonrisa de la pequeña.

Se fueron con la promesa de volver al día siguiente. Sus manos me bajaron del estante dejando en mi sitio un lugar libre de todo el polvo acumulado por el tiempo.

Mi cabello fue cambiado por uno brillante de color rojo, volví a ver claramente gracias a los hermosos ojos con las más largas pestañas que ahora lucía, mi carita fue limpiada y pintada nuevamente devolviéndome la vida. Pero mi vestido, mi bonito y viejo vestido, fue cambiado por uno burdo, ya no era de la más fina seda, sino de simple felpa. Un pedazo de toalla bordada que rodeaba mi cuerpo con toscas cintas que lo ataban a mí.

Nadie me querría así, con ese trapo vistiéndome, la niñita que me escogió se sentiría desilusionada al verme tan mal vestida. Lloré toda la noche limpiando mis lágrimas para no arruinar mi pintura nueva esperando el nuevo día. Temblaba al pensar en su rechazo, en mi cabecita de porcelana se erigían imágenes de la pequeña repudiándome y dejándome de lado como mi niña anterior. Abandonándome.

El sol tocó la puerta de la juguetería, la mañana ya estaba avanzada cuando entraron, llegaron a recogerme y yo avergonzada me sonroje al ser entregada a ella.

“Valentina” – me nombró la niña con sus ojos ilusionados mirándome.

Ya en su habitación me tomó echándome en la cama, a su lado. Me abrazaba mirando mi cabello y mis ojos, pasando su dedito por mi cara delineando mi rostro. Tocó el vestido de felpa y sonrió, una sonrisa limpia, amplia, mostrando dientes y haciendo hoyuelos en sus mejillas ¡una sonrisa sarcástica, irónica, farsante!

¡Se burlaba! ¡Lo sabía dentro de mí! Todos esos mimos eran solo señal de su embuste. Esos cuidados conmigo y con mi atuendo no eran más que satírico comportamiento.

¡Claro niña embustera! ¡Sigue burlándote de mí, acaríciame y ríete! Juega conmigo haciéndome pasar vergüenza delante de mis compañeros, todos tus movimientos son sólo para hacerme ver mal y fea ¡Todo por este maldito vestido de felpa cosido a mi cuerpo!

Esperé la noche, ese manto estrellado que nos oculta a nosotros, los que sólo nos movemos en la oscuridad, los que escondidos entre las sombras tenemos vida cuando tus parpados, cual cortinas de escenario, disimulan nuestros actos y movimientos.

Las tijeras estaban en el cajón del baño, mis pequeños dedos hicieron lo impensable para poder hacerme con ellas.

Al fin caminé por el oscuro pasadizo, sus padres dormían, su respiración acompasada acompañaba mis pasos hacia la niña dormida.

Las tijeras en mi mano se movían casi cayéndose y mi vestido, a cada paso, se mecía como una gallina degollada.

De un salto subí a su cama, aquella en la cual me brindaba sus hipócritas caricias. La punta de la tijera entró suavemente en su tierna piel, jalé con toda mi fuerza abriéndole rápidamente el cuello para que no pueda gritar. Su piel se separó semejando una gigantesca boca y la sangre brotó espesa y tibia, graciosamente el vestido de felpa la absorbió tiñéndolo de rojo, gotas escarlata caían por mi cuerpecito creando dibujos abstractos de líneas y arabescos.

Sus miembros se sacudían sobre la cama, su boca abierta y sus ojos cerrados en una muestra de horror e impotencia intentaban detener la hemorragia incontenible.

Trepé a su pecho para que me viera, mis piececitos se hundían en su suave cuerpo mientras avanzaba.  Quería que me viera, que supiera que no podía burlarse de un ser que pudo ser su mejor amiga. Sus ojos apretados no le permitían verme y de un par de tajos arranque sus párpados y aparecí ante ella sonriente con mi boca recién pintada y el burdo vestido goteando su propia sangre.

Minutos duró su silenciosa muerte, minutos largos en mi infinita felicidad – “Siempre seremos amigas” – se escuchó desde mi diminuto disco interior en el mismo momento en que sus miembros dejaron de sacudirse.


Le di un beso en la frente y me acosté en su almohada, a su lado, como a ella le gustaba. Y dormí sobre un mar de sangre donde mi vestido de felpa se perdía entre coágulos y se enredaba en su cabello largo pegoteado.



*Si quieres leer sobre más Asesinas de Felpa, pincha aquí: Asesinas de Felpa

martes, 27 de septiembre de 2016

PROYECTO FOBIA, CAPITULO 9: HUERTO DE GETSEMANÍ

*Capítulo 9 de la historia por partes perteneciente al Proyecto Fobia del Blog La Celda Acolchada, escrito por grandes compañeros y amigos. Si desea leer todos los capítulos anteriores y los que sigan, por favor clickear aqui: Proyecto Fobia.

Sentado sobre el barro donde un riachuelo de inmundicia corría bajo sus pies, apoyaba su espalda en el muro de fría piedra. Augie, con el rostro reposado en sus brazos cruzados sobre sus rodillas, no dejaba de llorar.

¡Clay estaba muerto! Era su único amigo y ¡él lo había matado! De un tirón se soltó de la mano que lo sostenía y no lo dejaba ver la cara de su amigo degollado por las garras del gran gato.

¡Él solo quería que los echaran como perros del circo! ¡Quería ver a Alyssa revolcarse en su miedo y enojo de patitas en la calle! Pero nunca pensó que Clay… el pobre Clay… El llanto cubría sus mejillas y corría por su nariz hasta la boca, metiéndose entre sus labios, teniendo así el sabor del líquido salino acompañando sus recientes recuerdos.

Corrió y corrió lo más rápido que pudo, hasta que al darse la vuelta, las luces del circo ya no se veían. El bosque se fue desvaneciendo dando paso a las primeras paredes de la periferia de la ciudad. Él no quería volver, jamás lo haría.
Su mente era un remolino de sentimientos, de imágenes deformes y de voces implacables que lo agobiaban recordándole su culpa.  

El karma lo perseguía en todos los aspectos, hasta el clima conspiró contra él comenzando una lluvia que limpió su cara de lágrimas, mas no su alma que, cada vez más, se deshacía en reproches.

Caminó abrazándose a sí mismo tratando de tolerar el frio de la madrugada que empezaba a aclarar el día.

Los obreros comenzaban a salir a trabajar llevando sus implementos con ellos y salpicando sus ropas con las gotas del sucio suelo mojado.  Augie pasaba a su lado siendo ignorado, como era costumbre en su vida, carente del más mínimo cariño y atención. Solo recibía alguno cuando su supuesta madre ponía la mano sobre él para propinarle algún castigo físico casi siempre por motivos absurdos. Y ya ni siquiera eso. Ahora estaba el péndulo.

El humo de las chimeneas de las panaderías lo atacaba y torturaba con su olor a pan recién horneado y hasta el aroma del café, que en algún momento lo había asqueado, le parecía ahora el más apetecible del mundo. Luego desarrollaría su gusto exagerado por el café de la mañana.

Se acercó a una de las cafeterías que iban abriendo a esa hora de la mañana a la espera de los empleados más responsables que pululaban desde las primeras horas.

Las mujeres murmuraban lo pobre de su situación mirando cómo se relamía con la vista de los alimentos pero ninguna de ellas era capaz de ofrecerle algo de comer.

Con el aroma del pan impregnando sus fosas nasales decidió tratar de conseguirlo haciendo algún pequeño trabajo que se le presentara, pero para un niño de su edad no era fácil conseguirlo.

Rendido estaba de caminar y cansado de recibir rechazos. Su estómago rugía recordándole al tigre que había asesinado a Clay y un rictus de congoja deformó su infantil rostro.

Nuevamente la tristeza y la culpa afloraban a sus sentimientos cuando un brazo rodeó sus hombros y una mano firme le apretó uno de ellos para después cubrir su raída y delgada camiseta con un abrigo que lo protegió del frío.

Su aliento era tibio y su rostro amable, su sonrisa lo hizo confiar en aquel hombre que le ofrecía un pan por primera vez desde que había huido.

—¿Qué haces por aquí, chiquillo? ¿Y tus padres? ¿Dónde están? —le preguntó interesado el sujeto muy bien vestido, mientras ambos comían en un pequeño restaurante de la zona donde el hombre lo llevó de la mano al ver su situación.

Augie no respondía, se limitaba a llenarse la boca con la comida ofrecida y a mirarlo con ojos agradecidos. Nunca había conocido una persona tan amable, que se preocupara por él sin que lo conociera o sin tener que darle nada a cambio.

El caballero acariciaba los rizos del muchacho sonriendo y advirtiéndole que no comiera rápido, que podía atragantarse con semejantes pedazos de pan. Augie sonreía entre dientes llenos de migajas mirando a su benefactor.

—Supongo que ahora estás muy ocupado para contestarme, pobre ángel. —Acarició con el dorso de la mano la redonda mejilla del niño esperando que terminara su plato.

Ya lleno, Augie se sentó descansando las manos en su vientre prominente.

—No, no tengo padres —mintió el niño sin mirarlo a los ojos—. Yo estoy solo, señor.

Los ojos del hombre brillaron ante la confesión del pequeño.

—Bueno, ya no lo estás, no creerás que dejaré en la calle a un muchacho tan guapo y listo. ¿Verdad? Dios nunca me lo perdonaría —le dijo al muchacho tomando su manita entre las grandes de él.

Caminaron así por las calles de la ciudad que ya rugía de gente que iba y venía con sus propios problemas.

Se detuvieron ante una hermosa casa de madera pintada de blanco. Su techo con tejados rojos dejaban ver debajo de ellos una ventana redonda que supuso sería el altillo.

Atravesaron el pórtico y el niño sintió el sonido de la reja cerrándose tras de él.  Al entrar, se sintió iluminado por las ventanas interiores que representaban imágenes de santos y vírgenes que lo miraban desde sus propios altares de vidrio.

A lo lejos recordó que en alguna ocasión había escuchado a Alyssa pidiendo a Dios algún favor a cambio de muchos rezos y penitencia ante una pequeña imagen de yeso que luego se perdió entre tantas cosas guardadas en la caravana.

Sus padres nunca le habían hablado de Dios o de la fe en él. Pero creía que un ser supremo así de glorioso no habría dejado vivir a un niño como él en el infierno que era su familia y menos aún, dejar morir a su amigo de esa manera tan cruel, por lo que dudaba de su existencia.

La casa era impecable y en cada rincón había alguna imagen sagrada. Sobre la chimenea que era la protagonista principal de la bonita sala, se lucía un cuadro de Jesucristo en el Huerto de Getsemaní, ahí donde el hijo del hombre había renegado de la suerte que sabía le había tocado.

—A veces, el hombre, aunque sea el hijo de Dios, tiene miedo —le explicaba su benefactor arrodillado a su lado, acariciando suavemente los brazos de Augie— Pero tú no debes tenerlo, estás aquí conmigo y no me atrevería a hacerte ningún daño, al contrario, pasaremos buenos ratos juntos, ya lo veras.

Revoloteó el cabello del niño con los dedos.

—Pero qué contrariedad, ni siquiera te he preguntado tu nombre ni me he presentado formalmente. Soy el Doctor Alexander Rontgen, para servirlo a usted, joven caballero. — Tendió su mano dándole un suave apretón al niño.

—August Remplelt, señor —masculló Augie, tímido aún.

—Llámame Alex —sonrió el médico.

Augie vivió sus días más felices en el lugar, no faltaba comida ni palabras amables. El Dr. Rontgen se encargaba de él en todo sentido. Casi lo sentía como un padre. Augie nunca había tenido la atención que el doctor le daba. Hasta le permitía escribir en un cuaderno que el mismo doctor le compró y le daba sus propias opiniones del infierno.  Y las muestras de afecto del hombre hacia él eran siempre frecuentes. Era la primera vez que el niño sentía cómo era el afecto físico  («Así debe ser el amor de padre», pensaba siempre al recordar las caricias del médico). Y él solo tenía que contestarle preguntas que el hombre le hacía regularmente y que Augie, a veces, encontraba un poco raras.

También inculcaba en él la fe por la religión y Dios como ser supremo de la creación. Ambos rezaban frente a aquel cuadro, sin dejar un día, a las tres de la tarde, pues esa es «la hora del Señor» en la que cualquier milagro pedido puede ser escuchado más que en cualquier otro momento del día ya que era la hora de su muerte.

—El cerebro humano es muy complejo, se divide en sectores en los cuales se desarrollan sentimientos y habilidades diversas. Ni siquiera nuestro señor Jesús pudo controlar sus emociones, míralo aquí en el Huerto, renegando del destino que su padre, Dios, le había concedido sin poder hacer nada por cambiarlo. Cuántos sentimientos revueltos habrá tenido dentro de su cabeza, odio, quizás, hacia el mismo Dios por ponerle esa prueba siendo él su propio hijo; impotencia por ser hijo del ser supremo y estar atado de pies y manos para cambiar su destino; rencor hacia un padre torturador que permitiría que se ensañasen con su cuerpo mortal. ¡Ah! ¡Augie! ¿No te gustaría entender esa complejidad del ser humano? ¿Saber más acerca del cerebro y las motivaciones que lo mueven? Cualquier sacrificio vale la pena para conseguir ese conocimiento, ¿no te parece?  —le comentó al niño con una luz brillante que rodeaba el iris, terminando fulgurante en la pupila, mientras masajeaba entre sus dedos la cabeza de Augie.

Aquel día aciago, Augie había terminado de desayunar y jugaba con sus caballos de madera y plomo que el doctor le había regalado con la única condición que después de jugar arreglara su habitación o el lugar donde estuviera jugando, pues la casa, siempre llena de pulcritud, no podía lucir desordenada.  El gran televisor, en su mueble de madera, estaba encendido como le gustaba al doctor, el volumen siempre alto era imposible de bajar, era una de las pocas cosas que el Dr. Rontgen le había prohibido, por lo que el niño no lo tocaba temiendo poder molestar a su benefactor. Augie, no obstante, se quedaba fascinado, nunca había visto un televisor y podía pasar mucho tiempo mirando cada programa que aparecía.

El niño devolvió los juguetes a sus estanterías y se acercó, como solía hacerlo, a aquella puerta, siempre cerrada, detrás de la cual el doctor desaparecía diariamente por horas. Posó su rostro en ella tratando de escuchar la actividad de adentro y saber en qué ocupaba el doctor su tiempo. Sin querer, apoyó su brazo en la manija de la puerta, la cual se inclinó hacia abajo haciendo que la puerta se abra rechinando suavemente.


El niño trastabilló hacia adentro, sorprendido al mismo tiempo por la puerta sin asegurar, cayendo de rodillas dentro del lugar que se profundizaba en una escalera que se perdía en la oscuridad de un sótano, en el cual, los sonidos de botellas de vidrio chocando, música de ópera a bajo volumen y la voz del mismo doctor, no podían cubrir del todo los gritos lastimeros.

domingo, 18 de septiembre de 2016

REENCARNACIÓN

*Relato presentado al Reto sobre Reencarnación de la Comunidad Relatos Compulsivos.

El rayo del sol se coló por la ventana dándome directamente en el rostro. Me estiré, como era mi costumbre, sobre la cama desordenada. Mi cabello siempre ordenado necesitaba un poco de cepillado tras una noche inquieta.

Bajé de la cama de un salto y volví a estirarme ya de pie en el piso. Iba a darme mi baño acostumbrado cuando, al pasar por el espejo, me encontré con un cuerpo extraño, un cuerpo que no era mío en el que se encontraba mi mente.

Con desesperación comencé a correr por la casa sin saber qué hacer, la consternación me invadió sin entender que había pasado.

Mis miembros superiores eran largos, terminados en unos muñones de donde sobresalían cinco apéndices que se movían a mi voluntad. Los inferiores eran parecidos pero más largos y los apéndices eran cortos y rechonchos en los cuales se sostenía mi cuerpo. Mi hermoso cabello había desaparecido por lo cual me sentía desnudo. Sólo un vello ralo protegía mi cuerpo en las extremidades y cabeza. Mi rostro, horripilante, tenía cinco hoyos en él. Dos de ellos ocupados por dos esferas acuosas en las cuales se reflejaba el mundo, dos que me perforaban el centro de la cara y el último, del cual salía un apéndice más, rosado y húmedo, que hacia ruidos ininteligibles al moverlo.

La forma de caminar de mi nuevo cuerpo me parecía inestable, los muñones y apéndices rechonchos que me sostenían en el piso, eran torpes y no me dejaban desplazarme con la agilidad a la que estaba acostumbrado.

Traté de recordar que había pasado la noche anterior, tal vez así resolvería el misterio de mi nuevo cuerpo.

Entre recuerdos fugaces y las nubes escarchadas de mi mente solo recordaba un túnel oscuro por el cual iba caminando antes de despertar en aquella cama. Un túnel lleno de paz, de esperanza, un lugar de donde nadie querría salir.

¿Acaso es qué….? ¡No podía ser! Yo apenas había salido a dar mi caminata diaria y …… ese auto….no paró….. y el túnel oscuro con la luz al término…..¡la luz al final del túnel! como lo describían todos los que habían regresado.

¿Entonces esta era mi nueva vida? ¿En este ser deforme e inferior? ¿Un ser que tendrá que servir, en algún momento, al ser que fui?

Me miré enteramente en el espejo estudiando todos los daños ocasionados en mi cuerpo con este cambio.

Mis orejas siempre alertas que me daban un aire dulce y travieso, reemplazadas por un par pegadas a mi cara, sin chiste. Mis ojos, tan grandes, expresivos y brillantes eran ahora pequeños y sin gracia. Mi cola, mi hermosa cola, había sido reemplazada por un par de nalgas peladas y mi estilizado cuerpo de movimientos elegantes, con este envase torpe y común ¡El cuerpo de un sirviente!


“¡Porca miseria, mira que terminar reencarnado en un ser humano!” – expresé con mi nueva voz extrañando mi viejo maullido.

jueves, 8 de septiembre de 2016

REGALO DE CUMPLEAÑOS

Mi cumpleaños seguía pasando y en la puerta esperaba inquieta. Ella me lo traería, estoy segura que me lo conseguiría. Después de todo, también pertenezco al grupo y me lo merezco.


La sangre de aquel recién nacido me había costado mucho para que no diera resultado. Tuve que quitárselo de los brazos a su madre, arrancárselo apenas dio a luz, aún recuerdo el sonido del cordón umbilical al romperse cuando tiré del crío con tanta fuerza. Creo que fue tan fuerte que como una liga estirada, el cordón, se extendió y regresó con impulso dentro de ella, fue divertido.

Se lo entregué envuelto aún en parte de la placenta. Me prometió que para mi cumpleaños lo tendría.

En el aquelarre me celebrarán un año más, espero que sea el último que pueda hacer escarnio de mi cuerpo.

Todas mis hermanas vestidas de rojo, al igual que yo, entre humo escarlata y el pequeño cuerpo como pieza central de la ceremonia, danzan al Dios de la luz, Dios de sangre y fuego.

Y al fin llega, la veo acercarse con su cabello rojo al viento. Su boca se dibuja en una sonrisa y con los brazos estirados lo sostiene.

"Como te lo prometimos hermana" - dijo Melisandre al entregarme el dorado collar que cargaría mis años.


*Plus: Alerta de spoiler GOT (temporada 6)


martes, 6 de septiembre de 2016

CRÓNICAS : ACUCHILLADOR

No me gustan las pistolas, ni la mayoría de armas de fuego como objeto para matar a alguien. Me parece una forma insulsa de quitarle la vida a un ser viviente, para ser más exactos, a otra persona pues jamás dañaría a un animal.

Un simple disparo le quita toda la poesía al arte de arrancar una vida. El arma, fría en tus manos, te aparta egoístamente de la posibilidad de sentir la vida de ese cuerpo irse, lentamente, entre tus brazos. De sentir sus últimos latidos, de oír la exhalación del último suspiro. De ver la luz de la existencia apagándose ante tu mirada.

El frió metal, quita la intimidad del acto glorioso de ser Dios, de quitar la vida por decisión propia, inhibe esa íntima relación entre víctima y victimario que todos deberíamos conocer alguna vez.

Las balas absorben la vida instantáneamente, hacen estallar el cuerpo por porciones y no se disfruta de la agonía que precede a la muerte, digno homenaje de la vida a ésta. La potencia del proyectil se lleva el aliento de vida en segundos.

El arma blanca, en cambio, ¡oh gloriosa! ¡oh ensalzada! ¡oh hermosa punta plateada! Te conviertes en parte del cuerpo deseado, abres tejidos con tu hoja que a empujones destroza células estriadas y lisas, glándulas sebáceas y vasos sanguíneos convirtiendo la piel en una masa informe llena de bocas abiertas que destilan su rojo contenido.

Tibia sangre que llena mis manos haciéndome dueño de la vida humana mientras con los ojos cerrados oigo quedamente el latir del corazón moribundo ¡tan, tan, tan! Hermosas rimas palpitantes que retumban en mi cabeza como el sonido más silenciosamente ensordecedor.

Y los ojos ¡por Dios los ojos!, ese pequeño destello en la pupila que brilla más a medida que los ojos se abren de desesperación y desesperanza.  Y que en el momento en que más resplandecen ¡en el cenit de su vida! Va decayendo de a pocos apagándose, apagándose como una flama sin oxígeno.


Esa sensación de mi mano empuñando el mango que sostiene la hoja, hundida completamente en el cuerpo de mi víctima, y éste bañándola con su líquido contenido. El cuerpo que va abandonando su peso sobre el mío a medida que va cayendo preso indefectiblemente de las garras de la muerte transformada en pérfido puñal. Y poco a poco se desvanece, cae de rodillas al piso, sus últimos quejidos, los postreros latidos, la chispa apagada ya y yo, de pie, un ser supremo en toda su gloria.


*Si desean leer la primera Crónica : Estrangulador

domingo, 4 de septiembre de 2016

AVON LLAMA

*Relato ganador del Primer Concurso de Cuento Breve del Blog Primera Naturaleza.


“¡Avon llama!” – canturreé con la más melodiosa voz tocando la puerta de la linda casa rosada de la calle donde vivía.

Mi vecina de siempre, una vieja insoportable, con los pelos desordenados y camisón de dormir me abrió con ojos soñolientos que le hacía ver, más arrugada aun, su cara de setentona.

De mala gana me respondió pero yo insistente logré escabullirme dentro de la casa y me acomodé en el sillón arreglando mis muestras y cosas sobre la mesa de su salita desordenada.

“¡Hermosa casa!” – le dije con la boca chueca que denotaba mi mentira pero siguiendo lo que el reglamento Avon estipulaba. La mujer se sentó a mi lado resignada a mi discurso de ventas.

Le mostraba entusiasmada los lápices labiales, las sombras de ojos, las cremas y perfumes que le ayudarían a mejorar su apariencia. Ella cada vez más aburrida bostezaba y miraba al techo, al piso o a alguno de sus gatos que revoloteaban por ahí.

Seguía yo probando las cremas en sus manchadas manos y su rostro marchito exponiendo mi discurso que había aprendido vehementemente para vender mis productos.

La vieja se levantó sin siquiera disculparse y fue a la cocina a servirse un sucio café. Al pasar junto a mí, empujó la mesa echando al piso mis muestras de perfumes que se derramaron en el piso.

¡Ni una disculpa, ni una expresión de sorpresa! ¡Nada! ¡Completa ignorancia e irrespeto a mi noble labor!

La seguí a la cocina, olorosa ahora a cosméticos por mis perfumes rotos. Me paré tras ella con mi mirada fija en su nuca y volteó sorprendida.

“¡Oh! ¡Disculpa querida!” – me dijo hipócrita con una sonrisita burlona en su rostro y la taza de café humeante en su mano  – “la verdad no me interesan tus productos, yo compro Clinique”.


No dejé pasar un minuto para doblar hacia atrás mi pierna, rematada en un lindo zapato acharolado, el cual me saqué y clavándole el tacón en el ojo, sentí el calor del café mojando mi pie desnudo.



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viernes, 2 de septiembre de 2016

FLAMA

Soy flama                
Déjame quemarte cual cruel fogata,
Déjame pasar con mi lengua de víbora
cada poro tuyo cada madrugada.
Déjame encender tu piel que me clama,
Que quiere tenerme,
Que quiere su flama.
Déjame pasar con mi lengua de fuego
cada pliegue tuyo lleno de deseo.
Déjame abrasarte cada noche en llamas,
Déjame apagarme con tu llamarada,
Con tu chorro tibio báñame completa,
Apaga mi espíritu de piernas abiertas.
Entra en el volcán de mi sexo hirviente.
Y se tu mi dueño, mi Dios de la muerte. 

jueves, 1 de septiembre de 2016

BATALLA


EL

Te deseo, como se desea las cosas más puras.
Para adorarte sin herirte, para que mis manos veneren tú beldad.
Para que mis labios en beso sublime me abran las puertas de tu intimidad.
                                                                            
No puedo esperar a posarme en ti, a cubrir tu cuerpo con el mío impropio.
Para hacerte mía en lo más profundo que con mástil firme entrará en tu vientre, buscando el tesoro que busco furioso con cada embestida que pidas que entre.

Y verte caer en brazos de Eros y que con gemidos llenes esa boca que saca malsana mi febril lujuria, escuchando en ella quejidos que arranco antes de colmarte de fluido blanco.

ELLA

Ven guerrero mío aquí entre mis brazos, tu pecho tan fuerte mi lengua abrasada, probará el sudor debajo de ella con cada caricia que te da mojada.

Pósate en mi cuerpo, conquista mis cimas, con tu boca ávida arrasa con ellas y entre mis muslos domina mis bríos, con tus labios húmedos pósate en los míos.

Toma lo que es tuyo sin contemplaciones, poséeme entera sin piedad de mí. Y haz que llegue al cielo por medio del cetro que domina infiernos hundiéndolo en mí.