lunes, 26 de marzo de 2018

SINFONIA




*Favor de leer el presente relato escuchando la melodía propuesta.

Y la violinista una vez más tocó su canción endiablada, en puntitas se movía saltando entre los tejados hasta brincar al frío pavimento donde la esperaba el.

Tomó de la mano a su poeta que, lleno de papeles manuscritos, la miraba embelesado. Llegaron a aquella iglesia abandonada en las afueras. Los musgos y plantas habían hecho presa de sus paredes y rincones.

Un sonoro riachuelo corría cerca y aplacaba al par de bestias que se acercaban a tomar posesión de su presa.

En el sótano, dilucidaron la figura que se movía. Era apenas un bulto entre las sombras del lugar. Sus ataduras estaban intactas y el pedazo de tela introducido en su boca, chorreaba hilos de transparente saliva.

Un sonido de horror intentó salir de entre sus labios cuando los vio acercarse.         
La amorosa pareja de pie frente a él, y aún tomados de la mano, se miraron entre sí dándose un beso.

Ella se agachó tratando de tocarlo. Intentando acomodar el cuerpo del hombre para que su poeta escribiera sobre él las más tiernas coplas.

Los grilletes sirvieron para esto, dejándolo echado sobre el piso, estirado a todo lo largo que daba su cuerpo desnudo.

Ella miró a su poeta con adoración, sentándose en el piso, cruzando sus blancas piernas.

Él, dedicándole una sonrisa, cubrió con sus manuscritos, llenos de poemas de amor, al infeliz que lo miraba paralizado. Delicadamente, el poeta tomó una de las hojas, la leyó para ella declarando su ferviente amor que aparecía en cada curva que formaban sus palabras.

La violinista, poniendo el violín en su hombro y apoyando su rostro en él, lo escuchaba y le dedicaba la más dulce de las melodías.

Las notas más sublimes llenaron el ambiente, el hombre se agitaba intentando un escape inútil. El poeta procedió enamorado.  Tensando firmemente las hojas entre sus dedos, cortó la piel de la víctima con el grabado papel . Delgados hilos cardos corrieron a través del cuerpo y empaparon los poemas sobre él.

Corto y destazó pequeños pedazos de piel hasta que el cuerpo se convirtió en un mapa informe, hasta que ya no pareció piel, solo hilachas de algún cuero desgarrado desangrándose sobre el piso.

El hombre, sin fuerza ya para gritar después de horas de tan pavoroso dolor, dejó caer la cabeza a un lado, justo para ver como la tela del vestido blanco de la violinista absorbía el rojo líquido por el que se le escapaba la vida y formaba diseños escarlata que hablaban de muerte.
Ella, arrodillada, no había dejado de tocar su lúgubre canción que ya llegaba al éxtasis de las notas más altas.

Se puso de pie, rodeó a su poeta y al herido con los últimos compases y con su delicada mano sacudió el arco del violín, que brilloso, dio su última nota en la yugular del hombre, abriéndola, convirtiéndose en el acorde final de la sinfonía de su vida.